El primer día que llegue al orfanato en construcción de Tala (Kenia) empecé a recorrer la parcela, buscando los
distintos tipos de suelo que aparecían en ella a diferentes profundidades y a
analizarlos de manera individual. Reconocí 5 tipos de suelo distintos, con
propiedades bastante distintas.
Los siguientes días, empecé a analizar mezclas entre los distintos suelos y
a recorrer las viviendas de los alrededores para preguntar de dónde habían
sacado ellos la tierra para sus viviendas y el motivo. Siempre he creído que
nuestra misión como arquitectos parte de entender lo que cada cultura hace en
cada lugar, y tras entenderla, aportar un grado de innovación, por lo que es
muy importante empaparse del conocimiento y técnicas constructivas regionales.
Analizadas las mezclas más óptimas, empezamos a ver las necesidades de la
ONG en la parcela. Íbamos a tener que retirar bastante tierra, y quería que ese
desmonte, zanja o pozo que íbamos a producir tuviera una función dentro de la
parcela. Elegimos finalmente una mezcla de tierras que nos permitía nivelar una
zona de la parcela, y hacer un pozo de acopio de aguas de lluvias para el
huerto.
Una vez estuvo clara la dosificación de las tierras, lo siguiente era
empezar a hacer unos 100 adobes para comprobar que las pruebas anteriores eran
correctas y, empezar a probar fibras vegetales (dado que la paja es bastante
cara y difícil de conseguir), estuvimos probando con las "malas
hierbas" (que no son malas) que había en la parcela, y con virutas y
desperdicios de madera que podíamos encontrar fácilmente ya que eran residuos generados por los carpinteros durante toda la fase de construcción.
Empecé a realizar distintas amasadas, de unos 50 adobes cada una con
distintos porcentajes de fibras, y pasó lo que ya pude comprobar que es
universal, los niños y el barro se llevan muy, muy bien.
Tímidamente, los primeros niños se acercaban con curiosidad, y empezaban a
manosear y a ayudarme a mezclar, segundos más tarde, ya estaban descalzos
pisando el barro conmigo y transformando esa labor en una fiesta, llena de
risas, gritos y mucha diversión. Los gritos de los pequeños, atrajeron a los mayores,
a los profesores y a los voluntarios. Todos juntos empezamos a hacer adobes en
aquella fiesta, los niños se turnaban para levantar el adobero y experimentar
esa sensación mágica, en la que con un suave deslizamiento de la madera, el
barro antes amorfo, adquiere la forma lisa, suave y brillante de un ladrillo.
Fue precioso, y los niños salieron re-fortalecidos, ya que jugando aprendieron
algo que les puede ser muy útil en el futuro. Además, se sintieron útiles,
formando parte de la construcción que les cobijará en el futuro y quemaron
energías, que como buenos niños que son, tienen muchas.
Durante el secado de los adobes, vi muchísimas termitas, buscando la
frescura se introducían en el adobe, por lo que descarté la utilización de
residuos madereros, aunque su comportamiento mecánico era muy bueno. El resto
de fibras también lo descarté porque suponían un sobre coste innecesario, ya
que la dosificaciones de tierras elegidas, ya daba un buen comportamiento
mecánico a flexo-tracción, y porque durante el secado no se producían fisuras
en los adobes. Una vez más, la experimentación y el análisis critico me hacia
volver a lo vernáculo, ya que en aquella zona no se utilizaban fibras en la
construcción de adobes, aspecto que me sorprendió durante las charlas y visitas
a los edificios vecinos.
Tras todo este recorrido, ya solo faltaba el equipo de personas a formar.
Cuando llegué, me sorprendió mucho la tendencia tan alta de hombres a
abandonar a sus familias, o que incluso compartiendo vivienda, se despreocupaban
de ellas, gastando la totalidad de sus salarios en alcohol los dias de cobro.
Para evitar este comportamiento, se nos ocurrió copiar una iniciativa que
un amigo impulsó en México: "adobe for women". Tras consultarlo con
Más por Ellos, la iniciativa les encantó, y tuve "luz verde" para
buscar y organizar a mujeres, y formarlas en hacer adobes.
De esta manera, formaríamos un equipo o cooperativa de mujeres que
aprenderían a realizar adobes y a construir con ellos.
Formar a este equipo de mujeres fue un placer, y mi percepción fue la de
crear un equipo mucho mas constante, trabajador y sobre todo detallista que el
que podríamos haber conseguido con hombres. Además, nos asegurábamos de que el
dinero que se pagaba por la construcción del nuevo edificio repercutía en la
calidad de vida de las familias cercanas (comida, ropa, higiene, educación de
los niños) de una manera mucho más efectiva.
Esperamos de corazón que esta formación que reciben, les sirva para
continuar trabajando en el futuro generando una base económica duradera para
las familias y la zona.
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